domingo, 4 de mayo de 2008

Violencia Familiar

Por: La Lic. Silvina Messina y la Lic. Patricia Weinzettel

Cotidianamente escuchamos frases como “Por algo se queda con él”, “¿No se da cuenta que se tiene que ir?”… Son algunos de los preconceptos que favorecen el circuito de la violencia, haciendo que la víctima sea juzgada y estigmatizada.

*Por la Licenciada en Trabajo Social Patricia Weinzettel, Licenciada en Psicología Silvina Messina, Licenciada en Trabajo Social Silvia Alfaro y la Abogada Claudia Gauna

La violencia es una acción ejercida por una o varias personas en donde se somete de manera intencional al maltrato, presión, sufrimiento, manipulación u otra acción que atente contra la integridad tanto física como psicológica y moral de cualquier persona o grupo social.

La desigualdad y la presencia del poder se convierten en un escenario propicio para el ejercicio de la violencia. Esta desigualdad puede estar dada por cuestiones económicas, vinculares o genéricas.

El poder ejercido en forma abusiva por uno de los miembros, victimiza a la otra persona, la cosifica, la desvaloriza, la degrada, para luego poder ejercer la violencia. No siempre que hablamos de violencia estamos en presencia de golpes, moretones o abuso físico. Hay otras formas más difíciles de detectar y más sutiles de ejercer, como lo es la violencia psicológica, que es tan grave como la anterior.

La representación social de la mujer golpeada la vuelve a victimizar porque se cree erróneamente que ella se instala en esa relación llegando a sentir placer o satisfacción de ser maltratada -cuando en realidad una víctima es una persona que fue anulada para “no poder” moverse de su pasividad-. En tanto, ella permanece allí; es que el victimario actúa su violencia.

No existe ninguna actitud, palabra o conducta que justifique un acto de violencia. Es decir, que aquellas frases como: “por algo se queda con él”, “¿no se da cuenta que se tiene que ir?”… son las que favorecen el circuito de la violencia, haciendo que la víctima sea juzgada y estigmatizada. Que la víctima no pueda actuar frente al victimario se relaciona con la indefensión aprendida, en donde nada le hace suponer que no se lo merece. Piensa que tal vez “algo habrá hecho” y así se vuelve a dar cabida a la violencia.

La mujer aprende la conducta de indefensión en la socialización misma, ya que se espera de ella que sea débil, dependiente e insegura. Tiende a aislarse y su vulnerabilidad le hace creer que hay razones para recibir maltrato. Esta justificación muchas veces lleva a que no pida ayuda o a no lograr sostenerlo, una vez que lo hizo. El hombre refuerza lo anteriormente mencionado con pedidos de perdón, promesas de cambio que son momentáneas y que tampoco podrá cumplir.

Este patrón repetitivo de conductas se mantiene a lo largo del tiempo porque no existe un registro o no hay conciencia de las consecuencias perjudiciales que acarrea. Mientras que el abordaje desde un equipo profesional para irrumpir en esa relación disfuncional siempre implica el riesgo de quedar entrampado. No resulta fácil responsabilizarlos de su problema y a la vez, ser empático y contenedor con ellos.

Generalmente, las personas que piden ayuda -en su mayoría- solicitan orientación en otros temas que, a su parecer, no se relacionan con violencia. Es por ello que luego de la entrevista inicial, la demanda se va tallando hasta que la problemática queda clarificada; Recién ahí se puede decir que estamos hablando de violencia.

Cuando imaginamos una escena violenta, generalmente lo hacemos pensando en un agresor, un agredido y de -manera unidireccional- del hombre hacia la mujer. Aunque son los casos más frecuentes, también existen vínculos entre hombres y mujeres que se podrían calificar de violencia cruzada. Por una cuestión de fuerza física el hombre puede imponer su cuerpo por sobre el cuerpo de la mujer, pero ésta puede ejercer violencia de otros tipos (en relación a las pertenencias, persecuciones laborales, hacia los hijos).

La violencia cruzada no es tan fácil de ver en la conflictiva familiar porque la mujer se presenta en la demanda como víctima y no como parte responsable. Si bien se debe trabajar con ambos miembros de la pareja, la mujer suele ser potencialmente más reflexiva y con recursos para poder salir de esta situación –quizás, porque estas conductas no están ligadas a su género-.

Pero también es violencia cuando las mujeres usan a sus hijos como “objeto intercambiable” o “instrumento de venganza”, “negociando” el contacto con el otro a cambio de la cuota alimentaria. Asimismo, se llega a producir una forma de violencia que aparece enmascarada cuando mediante comentarios o críticas –por ejemplo- se coloca a los niños en contra del otro progenitor (lo que se conoce como SAP, Síndrome de Alienación Parental).

Es preciso señalar que existe la posibilidad de resolver la conflictiva de la violencia a través de diferentes dispositivos de ayuda que, si bien no son mágicos, resultan eficaces. Se puede acudir a servicios de orientación legal y psicológica, ayuda terapéutica privada o instituciones dedicadas a esta problemática.

*Las profesionales pertenecen al Área de Niñez, Adolescencia y Familia, dependiente de la Secretaría de Salud y Acción Social de la Municipalidad de Coronel Rosales.




Bibliografía consultada:

-Siegel, Dwek, Hasanbegovic. Mujeres golpeadas: Aproximación interdisciplinaria desde la perspectiva del género.
-Jorge Corsi y otros. Violencia masculina en la pareja.
- María C. Ravazzola. Historias infames: los maltratos en las relaciones. Ed. Paidós.
- M. Seligman. Teoría de la Indefensión Aprendida. Año 1975
- Graciela Ferreira. La mujer maltratada. Un estudio sobre las mujeres víctimas de la violencia domestica. Ed. Sudamericana

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