Por: La Lic. Erica Benítez
TESTIMONIOS EXCLUSIVOS
A 25 años del hundimiento del crucero “Belgrano”…
Esto pasó durante la Guerra de Malvinas
(y ellos vivieron para contarlo)
El 2 de mayo de 1982, a las 4 de la tarde, el crucero ARA “General Belgrano” fue torpedeado por el submarino nuclear inglés Conqueror. El “Belgrano” se encontraba patrullando al sudeste de la Isla de los Estados, fuera del área de exclusión fijada por Gran Bretaña.
Después de que impactaran los torpedos en su casco, se hundió en menos de una hora y murieron 323 tripulantes. Los 770 sobrevivientes debieron soportar fuertes temporales y temperaturas extremas, hasta ser rescatados por unidades de la Armada Argentina -que prolongaron su tarea durante 10 días-. Para ello, pese a la amenaza submarina aún reinante, se destacó al aviso “Gurruchaga” y a los destructores “Bouchard” y “Piedrabuena”.
En el hundimiento del “Belgrano” pierden la vida 323 argentinos, casi la mitad de la totalidad de las bajas argentinas en todo el conflicto (649).
El ataque inglés al “Belgrano” constituye un crimen de guerra: por no haberse cometido por razones militares sino estrictamente políticas, fuera de la zona de exclusión -unilateralmente declarada por Gran Bretaña-.
*Juan Carlos Martin
Oriundo de Villa María (Córdoba). En 1982, durante el conflicto armado, se desempeñaba como cabo principal de la Armada. Era jefe de pieza del cañón centro de la torre 4 –el crucero tenía 5 torres de 6 pulgadas (3 cañones cada uno)-.
Ese día le correspondía tomar la guardia de 16 a 20. Minutos antes del impacto, cuando fue a tomar la guardia, le informaron que había un ataque antiaéreo. “En ese momento yo era el más antiguo, razón por la cual me hice cargo y fui con la gente -por abajo- a cubrir el puesto de combate en la torre 4, a la que pertenecíamos. Cuando llegamos al lado de la cantina nos sorprendió el disparo”
“Desde entonces, tuve un tiempo perdido porque sufrí un desmayo. Luego, al reaccionar pude ver que estaba todo quemado en las 2 manos y en la cara. Pero lo que me quemó no fue el fuego sino la onda expansiva (el calor que irradió la detonación del explosivo que habían puesto en el torpedo).
Después, salí a la cubierta principal y ya estaban abandonando el buque; tuve la suerte de caer dentro de una balsa y ser trasladado al continente (Ushuaia, Tierra del Fuego), por el aviso “Gurruchaga”. Luego me trajeron en avión hasta el hospital (de Puerto Belgrano), donde me internaron en Terapia Intensiva hasta recuperarme. Vinieron a atendernos desde Capital Federal, del Instituto del Quemado. Gracias a Dios pude continuar mi carrera en la Armada hasta el 2002, que me retiré como suboficial mayor”.
-¿Qué sintió al momento del impacto; qué pasó por su cabeza?
- Se te cruzan un montón de cosas, menos que el buque puede hundirse. En ningún momento pasó eso por mi cabeza, hasta que lo ví desaparecer de la superficie del mar. Recién ahí tomé conciencia… No tenía magnitud de mis heridas; creía que llegaba al continente, me hacían las curaciones y podía seguir… Pero no fue así.
- ¿Cómo fue entonces la recuperación?
- Tuve que recibir tratamiento psicológico y psiquiátrico porque perdía la noción del tiempo. Me cuenta mi familia -en especial mi esposa- que yo estaba con alguien y después, al rato, le decía: “Vamos a la casa de…” y resulta que veníamos de la casa de esa persona; o que quería visitar a mis amigos, a mis compañeros que quedaron junto al crucero, en el fondo del mar… - a nuestros héroes-. Pero gracias a Dios, todo se fue superando y acá estoy.
- Hoy 2007, ¿cómo es su presente?
- El presente nuestro es lo mismo. Es el cariño -no tan sólo por el “fierro” (buque)- por mis compañeros que quedaron allá; hoy veo que los hijos y nietos de quienes no volvieron ya fueron padres y digo –yo que también soy abuelo-: “pobrecitos”. Me gustaría ver a mis compañeros que perdí, que quedaron con el crucero y que ya serían abuelos…
*Blas Fernández
Nació en Copetona, un pueblito del partido de Tres Arroyos. Ingresó a la marina en 1974; pasó por varios destinos hasta que, en 1979, recaló en el crucero “General Belgrano” como cabo primero.
Zarparon un martes 13… -según los viejos navieros: “No te cases ni te embarques”-. Pero debieron entrar a Puerto Belgrano porque se rompió el turbo de alimentación y el ascensor de la cubierta del helipuerto que llevaban a bordo. Zarparon nuevamente un viernes 16, con lluvia.
El crucero tenía 67 tanques de 1.960 toneladas de fuel oil. Cuando ocurrió el siniestro, Fernández estaba de guardia. Tenía que hacer un trasbase de combustible de los tanques que se encontraban en la popa -en la línea de eje- y mandarlos a los tanques principales para alimentar las calderas con fuel oil.
“Acá cabe contar una anécdota: me llamo Blas Fernández pero nadie me conocía por mi nombre. Y cada vez que me preguntaban de dónde era, les decía: ‘de Copetona’; entonces todos acotaban: ¿dónde queda eso?... Fue así como me empezaron a llamar ‘la copetona’.
Estaba de guardia cuando un suboficial segundo me dijo: “vamos a tomar unos mates”. “Dejame hacer el trasbase de combustible primero y si me queda tiempo tomamos mate”, le respondí. De todas formas, me cebó uno… Habría pasado un minuto, dos mates por mis manos y pasó lo que pasó: dos torpedos impactaron en el “Belgrano”.
- ¿Permaneció conciente en todo momento?
- En todo momento.
- ¿Qué vio?
- Una llama rojiza que envolvió todo; el mismo envión nos tiró al suelo –a mí y a mis compañeros-. Justo arriba estaba el detall del personal militar y sobre éste había un tambucho, por donde salimos. Sería más o menos por la mitad del barco…
- ¿Cómo se encontraba el resto de la tripulación?; ¿podía ver cuál era su estado?
- Si, ves… eso es lo más triste. Porque al navegar dos o tres años con una persona (sea oficial, suboficial o conscripto), se aprende a convivir con ella y, al momento en que sucede algo, no importan los grados que tenga… es un ser humano. Y verla en ese estado es lo que más duele… Nosotros vimos gente lastimada, sufriendo… sin poder hacer nada
- ¿Cómo sobrevivió?
- Salí por cubierta de estribor; el barco estaba escorado y lo primero que pensé fue que un misil nos habían tirado. Cuando salí a cubierta vi las dos chimeneas y el puente de comando intactos; entonces ahí me di cuenta qué era... Mi balsa era la torre de popa –en la torre 4 y 5 estaba mi balsa asignada-; la tiramos y estaba pinchada; arrojamos otra al agua y cayó al revés. Entonces nos tiramos con otro compañero que era cabo primero, la dimos vuelta y allí sobrevivimos las 32 horas en el mar –todos mojados- hasta ser avistados por un avión “Neptium”.
Pero fue tan grande la emoción –dentro de todo lo que pasó- cuando ví que en ese avión venía como piloto un compañero de mi pueblo. Habíamos entrado a la Marina en el mismo año, pero yo a la Escuela Mecánica y él a la Naval; anecdóticamente, nos encontramos ahí… Después me rescató el “Gurruchaga”, que nos llevó hasta Ushuaia y de ahí a Puerto Belgrano. Sin embargo, no figuraba en los listados. Hacía 35 días que estaba casado y mi esposa no me encontraba por ningún lado. Hasta que mi hermana le mostró a un compañero la cédula militar –que yo se la había dejado a mi señora- y éste dijo: “Ah! “la copetona” –como todos me llamaban-… “está vivo”; y así supieron dónde encontrarme.
- ¿Qué pasó después? ¿Cómo fue su vida?
- Como toda circunstancia que a uno le toca vivir, el destino te marca… Tuve tratamientos psicológicos y la ayuda de la familia, que es lo principal… eso fue fundamental. Todavía estoy en actividad, en el Arsenal Naval Puerto Belgrano (Control de la Producción) y me queda muy poco para retirarme”.
*Eduardo Antonio Catena
Es de la provincia de Córdoba. Ingresó a la Armada en el año ’70 y a fines del ’76 le tocó pase al crucero ARA “General Belgrano”, donde permaneció siete años.
“En principio, recuerdo que cuando zarpamos de Puerto Belgrano nos dirigimos al puerto de Ushuaia y ahí cambiamos todas las municiones del buque –de 40mm-; terminamos como a la 1 de la madrugada y zarpamos por el canal de Beagle… -no sé, serían las 7 de la mañana-.
Como a las 10 de la mañana un compañero me llevó a la enfermería porque me dolía el estómago y no sabía las causas. Creí que se me pasaría de un momento a otro…
- ¿Un presagio quizás…?
- Y puede ser… Creí que era algo pasajero, pero igual mi compañero insistió y me dijo: “Vamos, te acompaño”. Yo me encontraba en la popa del buque y la enfermería casi en proa; tenía que caminar, por lo menos, cien metros. Me hicieron un análisis (el buque contaba con todos los elementos, quirófano, médicos…) y a eso de las 3 de la tarde el bioquímico me informó que tenían que operarme de Apendicitis. Bueno, no tenía mucho para elegir; recuerdo que el Comandante me preguntó sí quería desembarcar. Pero dije: “Si acá tenemos todo (en materia hospitalaria), para qué me voy a desembarcar… ¿a dónde me van a llevar?”. Tampoco sabía que iba a ocurrir lo que pasó…
Entonces me quedé, me operaron a bordo y estuve dos días en cama –porque me quise levantar para cubrir el puesto de combate, moverme-. Era guiador de misiles del buque, de los primeros que tuvo la Flota de Mar y que estaban en el crucero para defensa del barco; tenían corto alcance (5 mil metros, más o menos). A bordo, sólo había dos guiadores de misiles, nomás.
Luego de la operación tuvieron que llevarme una colchoneta y un lugar para dormir, cerca de la cubierta, del puesto de combate –donde estaban el guiador y lanzador de misiles-. Y un día que había hecho guardia del crucero de guerra -toda la noche, hasta las 8 de la mañana-, me fui a desayunar y después a descansar. Me desperté a las 2 de la tarde creyendo que era la hora de rancho (del almuerzo) y como ya había pasado, seguí durmiendo hasta antes de las 4 de la tarde. Quería lavarme la cara, pero para eso tuve que ir a popa donde estaban mis cosas; eso hice, mientras mis amigos estaban festejando que habíamos salido de la zona de exclusión y ya había pasado “todo”… Dije: “Bueno, bárbaro!... me voy a lavar la cara”… Me dirigí hasta la taquilla donde tenía la toalla y, en ese momento, nos quedamos a oscuras. Algunos de mis compañeros sabían que nos había dado un torpedo pero otros, no teníamos idea qué estaba sucediendo.
- ¿Qué paso por su mente en ese instante?
- Y… pensé: “Seguro que nos dieron”, pero no sabía si era un misil, un torpedo o qué. Luego de eso, se largó un compañero que estaba en la cama, con calzoncillos…y detrás de él iba yo… Había un escape que salía a la cubierta anterior, a un pasillo que era donde estaban los camarotes de los suboficiales; justo estaba cerrado el “tambucho”, que lleva una manija redonda… entonces lo abrió –porque yo estaba operado y no podía hacer fuerza- y salimos al pasillo; lo pasamos, hasta salir a la cubierta principal… pero yo tenía que llegar a donde dormía, al puesto de combate, para recoger mi bolsito con algunas pertenencias (frazadas…), en caso de abandono.
Y donde estaba la balsa para hacer el “abandono” había un hombre todo quemado, le volaba la piel… porque al dar los torpedos se reventaron tuberías de vapor. Además, como había viento, hacía frío también. Tenía mi bolsita y las mantas… se las di para que se envolviera.
Fui uno de los últimos en llegar al agua porque no me quería tirar; quería caer dentro de la balsa (ya que no podía hacer fuerza ni mojarme). Entre el Comandante y otro suboficial ayudamos a bajar a esta persona que estaba toda quemada, de la cubierta al costado del buque, para que subiera a una balsa… Nunca más supe de él…
- ¿Cómo fue su vida después?
- Prácticamente yo no hablé más del tema. No sé si estuvo bien o mal pero no hablé más… No sé cómo explicarlo, pero traté de seguir viviendo mi vida dentro de lo normal.
*Juan Carlos Cáceres
Ingresó a la Armada el 16 de marzo de 1969, luego de abandonar Camposanto, un pueblito de su Salta natal. Pasó por varios destinos hasta que el 7 de diciembre de 1981 le dieron pase al crucero ARA “General Belgrano”.
- ¿Al momento del impacto dónde estaba?
- Estaba en el sollado, donde dormíamos. Ahí teníamos camarotes para tres. Cuando se escuchó el impacto, enseguida quedó todo el buque a oscuras… no sabíamos lo que había pasado. Un compañero gritaba: ‘Nos dieron, nos dieron!’. Entonces decidimos salir y empezar a correr hasta la cubierta principal. Ahí nos dimos cuenta de lo que había pasado, escuchamos el comentario de la gente y el Comandante que hablaba…
- ¿Qué pensaba de lo ocurrido?
- De todo, en mi familia... en mis hijos, en mi madre…
- ¿Tenía miedo?
- Sí… no me quería largar a la balsa. No, no quería porque decía que el crucero no se iba a hundir; pero mis compañeros –que estaban abajo ya- me decían: ‘Largáte Cáceres, largáte!’. Y ahí es cuando decido largarme a la balsa…
- ¿Y cómo sobrevivió?
- Mientras estaba en la balsa había temporal, olas de más de 5 metros… Estaba con un camada que entró conmigo a Marina… Y en eso vemos otra balsa que pasaba sola, pinchada: iba otro camada con el que entramos juntos –era de Entre Ríos-… y me decía: “Pulmón –como me llamaban de sobrenombre-, salváme, salváme!”. Entonces largué el cabito para que él se enganche y vuelva hacia la balsa… pero no llegué hasta el lugar… Me quería largar a salvarlo porque lo conocía, habíamos entrado juntos y estado en varios lugares; lo apreciaba mucho… Después me quedé pensando qué sería de él… si yo me hubiera largado, capaz que en ese momento lo sacaba…
- ¿Nunca más supo qué pasó?
- Sí, después lo vi en Ushuaia… Fue una alegría muy grande volverlo a encontrar porque creí que había muerto.
- ¿Usted, cómo sobrevivió?
- Estuve 44 horas: desde el día domingo hasta el martes cuando nos rescató el “Bouchard”. Mi señora me buscaba en las listas y no figuraba; ella sufría mucho porque teníamos 2 nenes y 1 nena que había nacido en el ’80.
Fuimos a Ushuaia, luego a Puerto Belgrano; estuvimos en el Hospital Naval, donde nos revisaron y me mandaron a casa. Un compañero del buque –que era de mi pueblo- me dio una carta para que se la diera a la señora (…). Cuando estaba en Villa Maio empecé a sentir un dolor terrible en la pierna; había tenido principio de congelamiento porque la balsa estaba pinchada y tenía agua. Pero gracias a mi familia y a mi compañero seguí caminando…
- ¿Y después?, ¿cómo transcurrían sus días?
- Las primeras noches soñaba que me arrojaba al agua y lo sacaba del cuello a Toledo -este compañero que contaba antes-… Pero en realidad, la estaba ahorcando a mi señora; la agarraba dormida y la ahorcaba –preguntále a mi señora-; no podía despertarme… tenía el sueño muy pesado.
- ¿Cómo se recuperó?
- Con tratamiento médico, con inyecciones; por una enfermera que vivía en Puerto Rosales y a la 1, a las 2 o las 6 de la mañana venía a casa a ponerme la inyección. Ahora -gracias a Dios- ya estoy bien, aunque cuando llegan estas fechas me siento mal, sueño mucho… y mi señora me dice: “Andá al médico…”; yo le contesto que me siento bien, pero vivo soñando con el crucero… con ese momento, con el buque que está navegando… sueño que bajo y veo a mis compañeros. Después me despierto mal… y cuando mi señora me habla me siento angustiado.
- Si se pudiera volver el tiempo atrás y les dan a elegir entre ir o no a la guerra de Malvinas… ¿irían?
- Blas Fernández: Qué pregunta, eh… Cuando entrás a una Fuerza, jurás por la bandera y a defenderla hasta perder la vida…
- Eduardo Antonio Catena: Cuando vinimos a la ESOA nos hicieron la misma pregunta… si volveríamos al frente otra vez… y yo respondí que si era necesario iba otra vez. Y bueno, para eso estámos, ¿no?
- Juan Carlos Martin: Yo por mi país sí. Lo que yo no haría es ir a la guerra como cuando fue el tema del Golfo Pérsico… Eso no lo haría jamás porque no sé quién tiene la razón ahí; pero por mi país sí.
- Juan Carlos Cáceres: Yo también volvería por mi país, la República Argentina, y por la Armada.
*Juan Carlos Martin, Blas Fernández, Eduardo Catena y Juan Carlos Cáceres son sobrevivientes de la última tripulación del crucero; es por ello que son integrantes de la Asociación Última Tripulación del ARA “General Belgrano”, con asiento en Punta Alta.
Monumento en Neuquén
Un grupo de la Última Tripulación del Crucero ARA “General Belgrano” fue invitado a la inauguración del monumento homenaje a todos los “Veteranos de Guerra de Malvinas” que se emplazó en la provincia de Neuquén.
Posee aproximadamente 1.000 metros cubiertos y una cascada por donde circula agua. Se inauguró un sábado de 2006 a las 9 de la noche; los 800 Veteranos de Guerra presentes tenían un clavel en la mano cada uno, que luego arrojaron al agua para que -cuando cayera la cascada- las flores cayeran sobre las Islas Malvinas que estaban debajo. “Fue un momento muy íntimo”, delataban las voces llenas de emoción.
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