Por: La Lic. Erica Benítez
Unos hablan de “crisol de razas”. Otros, dicen que estamos asistiendo a lo que Fredrich Barth llama multiculturalismo o espacio para la diversidad cultural. Sin embargo, ¿existe la identidad puntaltense o es mera utopía?
Mientras navegaba por la “red”, atrapada por la multiplicidad de artículos existentes sobre corrientes migratorias, me llamó la atención un estudio sobre “Género, Inmigración y Etnicidad en la Argentina. El caso de los sardos en Tucumán”, escrito por la profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Susana Noé,
Allí se menciona que “Argentina ha ocupado un lugar de relevancia en la temática inmigratoria. Se calcula que entre los años 1876 y 1976, nuestro país ocupa el cuarto lugar en el mundo, después de los EEUU, Francia y Suiza y el primero en América Latina, ya que se registró el ingreso de casi tres millones de inmigrantes de origen italiano”. También se pone de manifiesto que en las Ciencias Sociales existen distintas perspectivas para dar cuenta sobre el tema identidad.
El 2 de julio de 1898, cuando aún era un lugar desértico azotado por los vientos, fue fundada la ciudad de Punta Alta al colocarse el primer pilote del dique de carena. Así, esta ciudad marcó el ritmo de su crecimiento a lo largo del siglo XX, ligada a la vida de la Base Naval Puerto Belgrano. La dependencia laboral con la Base militar es tal, que incluso mi primer planteo fue si ésta situación contribuye a que la ciudad no posea una identidad propia –si tenemos en cuenta que hay un movimiento constante de personas que migran de un lugar a otro y son sólo “aves de paso”-.
Puede definirse a Punta Alta y al distrito como ámbitos de gran diversidad cultural, que recibieron no sólo el aporte inmigratorio de Europa sino también de los migrantes internos de todas las provincias argentinas y en menor escala, de los países limítrofes. De acuerdo al censo poblacional realizado en 1991, sobre un total de 59.543 personas que habitan en este medio, 17.808 nacieron en provincias del interior del país. Estas características especiales constituyen una constante fuente de intercambios y lo convierten en un distrito dinámico pero inestable, culturalmente hablando.
El siguiente paso –luego de la investigación virtual- fue analizar otros autores y evaluar posturas relacionadas con las corrientes migratorias. Una vez recolectado el material bibliográfico, comencé a plantearme otros interrogantes...
Teniendo en cuenta que en el seno de nuestra comunidad conviven con el nacido y criado aquí las más diversas culturas -provenientes en su mayoría de otras provincias-, ¿las diferencias culturales propias de cada lugar de origen persisten o se pierden al coexistir y surge una nueva identidad?; ¿es posible la integración de la cultura foránea en la ciudad receptora del grupo migratorio?. A mi entender, si folklore se refiere a usos y costumbres de los pueblos, ¿cuál es el folklore rosaleño?...
Al referirse a la cultura, M – A. Robert remarcan en Ethos –manual de Introducción a la Antropología Social- que “la cultura de un grupo humano es, ante todo, el conjunto de sus pautas explícitas e implícitas. Mientras la cultura explícita –overt- designa a todos los elementos materiales o concretos de la vida de un pueblo (su sustento, vivienda, vestimenta, lenguaje, ritos, danzas...), la implícita –covert- es el sistema subyacente”, lo que habitualmente llamamos ‘mentalidad’ (representaciones, sentimientos, valores).
La cultura es el producto humano de una sociedad o grupo social. Abarca -en su sentido más amplio- las maneras de pensar, creer, sentir y actuar. Es dinámica, gradual y continuamente se transforma para adecuarse a las necesidades de la sociedad. Se aprende como parte de la experiencia social y se transmite de generación en generación (el hombre la asimila en el proceso de socialización). Los elementos de la cultura se transmiten por instituciones como la familia, la iglesia, la escuela, otras instituciones intermedias (clubes) y los medios de comunicación, quienes juegan un rol muy importante.
A su vez, dentro de ella se puede hablar de subcultura como un grupo cultural distinguible que existe como un sector identificable dentro de una sociedad más grande y compleja. Sus miembros poseen creencias, valores y costumbres que los apartan de otros miembros de la misma sociedad. Las principales categorías subculturales son: nacionalidad, raza, religión, localización geográfica, edad, sexo y educación.
Si bien en nuestra región hay un grupo de personas que intenta socializar su cultura de origen para enriquecer la cultura que ya está establecida, algunos de los habitantes que viven aquí, desde hace muchos años, rechazan las culturas foráneas por miedo a la pérdida de la propia identidad -que en mi opinión, todavía no está establecida ni formada- y se produce un choque cultural. La puntaltense es una cultura en constante formación, dinámica, no posee costumbres estáticas.
Aunque se puede pasar del paradigma menos estable al más estable, en ninguna sociedad la identidad es algo establecido y acabado. “A veces, las confrontaciones culturales están basadas en culturas tan diferentes que, por un lado, producen rechazo a quienes ya residen y, por otro, produce cierto ensimismamiento de todos aquellos que vienen desde afuera y se reúnen en círculos, circuitos o grupos cerrados, con quienes comparten la cultura de origen. La finalidad es elaborar el duelo de lo perdido o no perder todo aquello que trajeron hasta acá; pero también se encierran para no producir una ruptura (producto del mismo golpe o choque cultural)”, explicó desde el punto de vista psicológico el licenciado Ogian.
Las culturas cambian de una sociedad a otra, en períodos de tiempo a otro y también en menor grado de una institución a otra. En Punta Alta fluyen lentamente las culturas de las distintas regiones de la Argentina y van produciendo un pequeño cambio. Sin embargo, como en cualquier lugar del planeta, el grupo residente (la cultura puntaltense) tiende a resistirse por miedo a la pérdida de identidad.
Retomando a la profesora Noé, hay distintas perspectivas para dar cuenta sobre el tema identidad. Según la primera, “la identidad se define por las tradiciones o esencia, aquello inalterable que permanece, que se hereda, que se transmite: tradiciones. Folklore como oposición tradición-modernidad”. Para J. Larraín, esta concepción esencialista piensa la identidad cultural como un hecho acabado, como un conjunto de experiencias previas ya establecidas y de valores compartidos, construidos en el pasado.
Otra postura concibe a la identidad como una construcción libre e indeterminada que articula elementos ideológicos provenientes de diversos órdenes discursivos. Larraín dice que esa concepción constructivista es unilateral y limitada, ya que este “voluntarismo” permitiría la construcción de cualquier tipo de identidad nacional, en cualquier lugar, si el discurso que la sostiene llegara a imponerse.
La restante posición considera a las narrativas sobre el pasado como mecanismos de temporalización y construcción de la memoria, que actúan como mediadores de la identidad de la gente y su herencia nacional, en un espacio determinado. Según Larraín esta vertiente histórico-estructural piensa la identidad como algo que está en permanente construcción y reconstrucción dentro de nuevos contextos y situaciones históricas. Por tal motivo, nunca puede afirmarse que está finalmente resuelto o constituido definitivamente como un conjunto fijo de cualidades. También considera en la vida diaria de las personas, las prácticas y significados sedimentados.
Noé completa la idea –en términos de Hall- ampliando la situación que atraviesa en la actualidad el sujeto posmoderno: “no tiene una identidad fija y permanente, se ha fragmentado y se compone de una variedad de identidades que son contradictorias o no resueltas. Estas identidades no están unificadas alrededor de un sí mismo coherente. La progresión habría sido, desde la identidad entendida como una esencia fija y dada a la identidad entendida como una construcción social comunicativa, y de allí a la desaparición o quiebre de la identidad”.
Al trasladar estos conceptos a nuestra ciudad, inevitablemente, comparé esta situación con el caso de aquellas personas que vienen a esta región a radicarse (ya sea quienes lo hacen como “aves de paso” o definitivamente). Cualquiera de nosotros puede apreciar que hay una brecha bastante importante entre las viejas generaciones y las nuevas (entre quienes viven aquí desde hace más de 30 años y trasladaron sus costumbres a Punta Alta y los jóvenes que vienen por trabajo o estudio).
¿La juventud tiene intenciones de continuar con las fiestas y tradiciones de sus provincias de origen o simplemente vienen a “estar” y no les interesa trasladar su folklore?, fue la pregunta que le hice personalmente al licenciado en Psicología Eduardo Ogian –y, además, Director de esta publicación-.
Y su opinión del caso no difería de mi otra hipótesis sobre el tema: “la apatía de los jóvenes ocurre a nivel mundial”, fue su respuesta. “Los jóvenes están perdidos porque no encuentran una ideología que sustente su proceder”. No se sienten identificados ni con lo propio, ni con lo ajeno.
“Esta es una de las cuestiones fundamentales que puede estar sucediendo en Punta Alta, donde los que residen desde hace muchos años tienden a conservar sus costumbres, sin lograr darles el vuelco necesario para poder crecer como comunidad (para que su cultura se integre y enriquezca). En cambio, los jóvenes -como ven que esta cuestión está tan polarizada: o una cosa o la otra, o estás en un lugar o en el otro- copian modelos foráneos en los cuales ellos tampoco se sienten identificados; son modelos estériles sin una base de valores y de ideologías”, reflexionó Ogian.
Martes 21 de Marzo. Toco timbre en una casa ubicada frente a la plaza del barrio Gottling. Una señora muy amable abre la puerta y me invita a pasar para presentarme a su esposo y conversar como lo habíamos acordado previamente. Se trata de Mary y Celso Tintilay, representantes de la Asociación de residentes jujeños. Se radicaron definitivamente en nuestra ciudad, en el año 1971.
Punta Alta cuenta con aproximadamende 500 familias jujeñas. Marino por vocación, Celso Tintilay es uno de ellos y hace 35 años que vive aquí junto a su esposa Mary -quien también es oriunda de esa provincia del norte argentino-.
Ellos también se refirieron a las nuevas generaciones de migrantes que vienen a radicarse en estas tierras: “Los jóvenes que llegan aquí sólo quieren divertirse; cuando hay que trabajar de manera desinteresada, si vienen uno o dos es mucho. Hoy en día a la juventud le cuesta mucho comprometerse con el trabajo comunitario”, contó Celso.
Esta situación puede trasladarse a otros niveles como nuestro país, por ejemplo, donde la identidad propia del argentino está un poco perdida o hay cierta apatía a reconocer nuestras tradiciones, nuestros orígenes. Porque Punta Alta no es una isla. Por lo tanto, lo que aquí ocurre lo podemos trasladar al plano nacional.
Mary, por su parte, relata que una vez terminada la casita donde viven actualmente, en el barrio Gottling, empezaron a poner en práctica sus costumbres, a trasladarlas desde Jujuy a Punta Alta: “en Navidad adoramos al niño Jesús -hacemos un pesebre-, bailamos con las cintas...”. “Yo te voy a contar de esta cultura que nosotros queríamos enseñar en Punta Alta, nuestra Punta Alta”, interrumpe Celso.
-¿Nunca pensaron en volverse?, pregunté. “Sí, pero nuestros chicos viven acá, donde está nuestra vida y el trabajo para ayudar a los demás”, dice Mary satisfecha de su labor comunitaria. “En 1971 a mi marido le toca pase a Puerto Belgrano y desde entonces no nos movimos más a ningún lado, nos anclamos acá”.
Celso y Mary se adaptaron fácilmente al ritmo de vida de esta ciudad ubicada al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. De todas formas, decidieron poner manos a la obra y no pararon hasta concretar el sueño de contar con una capilla en el barrio (1978), construir un salón de usos múltiples contiguo a la misma, reunirse con otros provincianos para inaugurar en Punta Alta el monumento a las provincias (22 de noviembre de 1987), o formar una Asociación de residentes jujeños con el fin de tener un espacio propio donde encontrarse y desarrollar sus actividades culturales. “Cuando me propongo una cosa, no paro hasta conseguirlo, remarca Mary con seguridad.
Global/local
La cultura en todos lados está globalizada, el problema de Punta Alta radica en que, pese a que está globalizada, no está preparada para serlo; entonces se resiste al cambio. Las costumbres mundiales sobreabordan y amenazan la identidad de las personas; por eso hay rupturas en todo el mundo (hoy por hoy, la globalización amenaza a Estados, provincias e, incluso, municipios... y en muchos municipios ha sucedido que no se hace un proyecto ejecutivo de trabajo, de análisis, en el cual lo global esté en contacto con lo local). Lo local no puede deshacerse de lo global.
No hay oposición local versus global. Debemos entender a lo local y lo global ambos integrados (como algo que está en constante interacción y diálogo). “Las culturas que progresaron son las que pudieron integrar lo global a lo local; son aquellas culturas que entendieron que lo global es interactivo con lo local, dando lugar a una cultura diferente. Pero si nosotros no entendemos eso y nos resistimos porque creemos que nuestra identidad tiene que ser de una forma concreta, nos volvemos una cultura estéril”, dijo Ogian.
¿Diversidad cultural o estrategia de marginación social?
Fredrick Barth mediante el estudio de tres grupos étnicos en Swat, Pakistán, puso en evidencia la antigua idea de que la interacción conduce siempre a la asimilación. Mostró que los grupos étnicos pueden estar en contacto durante generaciones sin asimilarse y pueden mantener una coexistencia pacífica. A mi entender, esto es lo que ocurre en el seno de la comunidad rosaleña, aunque a veces se produzcan ciertos choques culturales.
Otros teóricos generalizan que al integrarse una cultura foránea a la receptora, ésta se asimila y surge una nueva cultura. Pero este no es nuestro caso, porque la integración sólo es posible siempre y cuando haya una mediación.
Para el Licenciado Ogian, ésta es una de las cuestiones fundamentales. “Debe existir una mediación en la cual los grupos que vienen a establecerse puedan hacer ciertos arreglos o cambios de su cultura para que sean asimilados (vos venís con una costumbre pero tenés que acomodarla al lugar donde te vas a insertar, a sus condiciones medioambientales). Caso contrario, se produce una confrontación constante entre quienes ya viven aquí y los que vienen de “afuera” –tratando de usar una cultura que, quizás, los incomode-“.
Producto de las mediaciones –en teoría- surge una cultura nueva y ahí está lo interesante. Porque justamente, “de todos los procesos migratorios -en el mundo- salieron los grandes pensamientos, inclusive en los intercambios inter y transdisciplinarios (pensador de la física con pensador de la biología, por ejemplo), se logra una disciplina superior y más abarcativa... de ahí surgieron los grandes pensadores”. Entonces, eso es un intercambio científico cultural. Si lo pensamos desde el área cultural y en la medida en que muchos grupos culturales puedan intercambiar sus ideas y armar una cultura diferente, mucho más enriquecedora, podremos apreciar que éstos estarían produciendo una culturación transdisciplinaria – no se estarían adaptando-...
Sin embargo, en la práctica, la realidad en esta región es otra: “no surgió una cultura nueva porque no ha habido mediación. Por ejemplo: Si yo vengo de una zona del interior donde estoy acostumbrado a hacer un hoyo en mi patio para cocinar una carne al rescoldo, al migrar hacia otro lugar seguramente habrá espacios en que pueda hacerlo y otros donde no. Entonces tiene que haber un proceso en el que se haga una “acomodación” –no una adaptación- de esa cultura, para que yo –que vengo del interior- esté cómodo y sienta que no perdí tanto y el otro que reside aquí no sienta una invasión... y hasta podría copiarlo. Si no hay negociación es imposible... y en Punta Alta no ha habido tanta negociación”.
Ni integración, ni hibridación
La hibridación cultural es cuando se toman características de una cultura y se implementan en otra (y se mezclan). A esto podemos agregar que en Punta Alta tampoco ha habido hibridación, porque más que mezcla hubo separaciones: la cultura jujeña, salteña, cordobesa, etc. (cada uno con lo suyo; no se toma lo más rico de cada una y se lo pone en práctica para crecer como ciudad).
En este sentido, el licenciado Ogian ejemplificó con una utopía: “Con las habilidades y capacidades que poseen los jujeños o los salteños para trabajar telares... se podría hacer una fábrica textil muy productiva; en Salta un poncho tejido a telar no baja de los $900. Entonces, estamos comprobando que aquí no ha habido capacidad de mediación, la hibridación no se dio y cada uno sigue girando sobre el mismo punto: cada uno cuida su propia costumbre, en vez de canalizar las habilidades de estas personas, que podría ser muy productivo para la ciudad. Si bien a veces se produce un flujo al cambio, se nota la resistencia”. Mientras tanto, Punta Alta sigue dependiendo económica y laboralmente de la Base Naval Puerto Belgrano.
Por otra parte, la asimilación describe el proceso de cambio que puede llegar a experimentar un grupo cultural minoritario cuando se desplaza a un lugar en el que domina otra cultura. Se incorpora a la cultura dominante hasta el punto que ya no existe una unidad cultural diferenciada. Pero también puede haber armonía étnico/cultural sin asimilación, ésto no es inevitable y, de hecho, es lo que ocurre en nuestra ciudad, donde el ambiente cultural influye en el comportamiento de la vida social.
En nuestros días, distintas publicaciones hablan de la diferencia cultural como un mito. Algunos teóricos, entienden al multiculturalismo como estrategia de marginación social –en contraposición a los conceptos de Barth: multiculturalismo como espacio para la diversidad cultural-.
De acuerdo a un estudio sobre “El reconocimiento de la diferencia como mecanismo de marginación social”, llevado a cabo por José Luis Rodríguez Regueira (Universidad Católica San Antonio, Murcia) se pone de manifiesto que “puede que nuestro interés por la defensa de la diversidad cultural -en su intento desesperado por generar la sensación de orden- sea un mecanismo de poder que marginaliza, a costa de salvaguardar nuestro mundo, a un ‘otro’ idealizado al que se constriñe a ser diferente, obviando la posibilidad de elección, la individuación en definitiva, como otro de los efectos de la globalización”.
Barth define la sociedad plural como una sociedad que combina los contrastes étnicos, la especialización ecológica (uso de diferentes recursos medioambientales por parte de cada grupo étnico) y la interdependencia económica entre esos grupos.
Según Barth, las fronteras ecológicas son más estables y permanentes cuando los grupos ocupan diferentes nichos ecológicos, es decir, cuando hacen su vida de manera diferente y no compiten. Cuando grupos étnicos diferentes explotan el mismo nicho ecológico, el grupo más poderoso militarmente suele sustituir al más débil (como el imperio Romano y el Norteamericano). Barth considera que las fronteras éticas, las distinciones y la interdependencia pueden mantenerse, aunque las características culturales puedan cambiar.
La consideración en un país de la diversidad cultural como algo bueno y deseable se denomina multiculturalismo. Este modelo es opuesto al modelo asimilacionalista. El modelo multicultural fomenta la práctica de las tradiciones étnico-culturales. Una sociedad multicultural socializa a sus miembros tanto en la cultura dominante (nacional) como en la cultura étnica. El multiculturalismo busca vías -para que la gente interactúe- que no se basen en la similitud, sino en el respeto a las diferencias. Hace hincapié en la interacción de los grupos étnicos y en su contribución al país.
En la misma línea, Mikel Azurmendi -catedrático de Antropología-, en un ensayo sobre multiculturalismo e inmigración, menciona que para él como para muchos de los teóricos actuales, “el multiculturalismo es una teoría que consiste en la defensa de la convivencia de varias culturas, que pueden no ser democráticas, en el seno de una misma sociedad democrática. Nada tiene que ver ni con el mestizaje ni con el pluralismo cultural o convivencia de culturas diferentes en un marco común. Lo que caracteriza al multiculturalismo es la negación de ese marco común y la división de la sociedad en compartimentos estancos”.
A esto es a lo que Azurmendi llama gangrena de la sociedad democrática. El multiculturalismo no sólo no es la consecuencia de la tolerancia sino que además resulta incompatible con la democracia porque -según ésta línea de pensamiento- “la inmigración constituye una riqueza si se produce el mestizaje y el pluralismo, si los inmigrantes respetan los principios”.
Autoritarismo y discriminación
“No existe nacionalidad alguna que no entre en contacto e interactúe con otras”, remarca Moisés Kijak en “El sentimiento de identidad nacional en el campo analítico”. Lo mismo ocurre con la cultura.
Respecto a los inmigrantes, se observan dos políticas bien diferenciadas en los países que tienen grupos heterogéneos en el seno de la sociedad. Mientras que en los países en que se respeta el pluralismo, cada nacionalidad encuentra la posibilidad de mantener sus rasgos singulares, “en aquellos otros donde predomina la política de ‘crisol de razas’ se tiende a aniquilar en forma abierta o velada las diferentes culturas, tanto en los aborígenes como en los grupos inmigratorios y se busca el predominio absoluto de la cultura del grupo nativo dominante”.
En este caso, Kijak afirma que la aceptación e incluso la idealización de esta forma de pensar están tan arraigadas, que personas que no profesan una ideología autocrática, sin embargo la admiten sin vacilar.
¿Y si en vez de hablar de naciones, transportamos esta teoría a una comunidad como la nuestra?... Quienes vienen “de afuera” sufren una mutación en su cultura, porque -de acuerdo a la filosofía reinante en nuestra sociedad- tienen que “acomodarse” y “adaptarse” para contribuir al crecimiento pluricultural. Y en este proceso, la persona foránea a veces queda desadaptada.
Celso Tintilay confiesa que si bien su esposa no sintió miedo al rechazo, él sí. “Yo sí porque algunos creían que, por ser personas de color, no servíamos para nada. Pero eso cambió; hoy sí nos aceptan... todo cambió muchísimo... Fijáte qué agradecido estoy hoy por hoy con la gente de Punta Alta que seguimos colaborando en todo lo que podemos e, incluso, participamos en movimientos familiares cristianos y tenemos buenos amigos que conocimos a través de la Iglesia”.
Por su parte, Mary recuerda que cuando vivían en Tierra del Fuego, antes de venirse a Punta Alta, le decían: “tené cuidado Mary porque en Punta Alta te discriminan”. “Y yo les decía: ah... no sé si me van a discriminar a mí, pero soy como soy y con lo que tengo –les dije-. Y bueno, nunca me sentí discriminada. Es más, nos aceptan. Cómo nos vamos a sentir discriminados si la gente de Punta Alta nos ayudó a crecer muchísimo!”.
Cuestión de “uso” y “costumbre”
Entonces...¿las diferencias culturales propias de cada lugar, persisten o se pierden al coexistir con otras y surge una nueva identidad? Para que surja una nueva identidad cultural debe haber penetración y el uso o la costumbre perdurar en el tiempo. El Licenciado Ogian ejemplifica con el folklore, que ha tenido vertientes.
“Hay grupos folklóricos que han intentado utilizar lo que ellos traían con sus costumbres y modernizarlos, darles un movimiento que les permitiese la penetración –que fue lo que pasó con el folklore de proyección-. En cambio, hubo otros que mantuvieron tradicionalmente sus costumbres, atrayendo gente que pensaba en conservar su propia cultura (sin lograr la penetración en la cultura nativa). Entonces, quienes participan en ciertas corrientes, han seguido de la misma manera y esa forma de proceder impidió la integración de jóvenes a la misma. Mientras que en los otros grupos (folklore de proyección) participaba gente de los distintos estratos sociales y culturas, lugares e, incluso, de Punta Alta”.
Acerca de si los puntaltenses se interesan por participar de los “usos” y costumbres de otras provincias o culturas, el especialista respondió que desconoce el nivel de participación que tiene, hoy en día, el puntaltense en el folklore –que sería un poco la conservación de las costumbres del interior-. Pero aclaró que para dar lugar a la participación de otro grupo de gente, es importante hacer una propuesta que genere algo diferente, una cuestión artística (más allá de la costumbre); esto ha pasado con el folklore de proyección.
“De alguna manera, ha sucedido que intentaron participar pero siempre y cuando el folklore tuviese un cariz diferente, en donde ya no era sólo bailar o interpretar una leyenda foránea, sino aquel que estaba teñido de poesía, espectáculo, luces. O sea, que había otra cuestión en el medio que lo hacía más atractivo para algunas personas que podían asimilarlo”.
Para el cierre:
Una de las cuestiones que deberíamos entender es que asistimos permanentemente a una mutación cultural –tanto quienes nacimos y nos criamos en Punta Alta como los que migran hacia aquí por razones laborales o de estudio-. Y la mutación es producto de este choque de culturas que ya hemos analizado. Al coexistir culturas con prácticas bien diferenciadas, para poder éstas integrarse, deberán realizarse ciertos acomodamientos de sus respectivos usos y costumbres, de modo tal que puedan convivir en armonía.
Nosotros como rosaleños estamos atravesados por tres historias: la primera es la de aquellos que vivieron desde sus orígenes en éste suelo, la que lo cultivó; la segunda es la que sitúa a la ciudad dentro de la historia, generada por el trabajo de nuestros “hacedores” (aquí nos referimos tanto a los oriundos de Punta Alta, como a aquellos inmigrantes que llegaron a estas tierras para quedarse) y, en tercer lugar, la de quienes dejaron sus provincias para radicarse en esta región por cuestiones laborales -principalmente, por la relación de dependencia con la Base Naval Puerto Belgrano-.
A modo de conclusión, vale citar una frase de Lévi-Strauss: "La identidad no deja de ser una especie de juego virtual al que nos es imprescindible referirnos para explicar cierto tipo de cosas, pero sin que tenga nunca una existencia real... un límite al cual no corresponde en realidad ninguna experiencia."
“Argentina ha ocupado un lugar de relevancia en la temática inmigratoria. Se calcula que entre los años 1876 y 1976, nuestro país ocupa el cuarto lugar en el mundo, después de los EEUU, Francia y Suiza y el primero en América Latina, ya que se registró el ingreso de casi tres millones de inmigrantes de origen italiano”.
Susana Noé, Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán,
Unos hablan de “crisol de razas”. Otros, dicen que estamos asistiendo a lo que Fredrich Barth llama multiculturalismo o espacio para la diversidad cultural. Sin embargo, ¿existe la identidad puntaltense o es mera utopía?
Mientras navegaba por la “red”, atrapada por la multiplicidad de artículos existentes sobre corrientes migratorias, me llamó la atención un estudio sobre “Género, Inmigración y Etnicidad en la Argentina. El caso de los sardos en Tucumán”, escrito por la profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Susana Noé,
Allí se menciona que “Argentina ha ocupado un lugar de relevancia en la temática inmigratoria. Se calcula que entre los años 1876 y 1976, nuestro país ocupa el cuarto lugar en el mundo, después de los EEUU, Francia y Suiza y el primero en América Latina, ya que se registró el ingreso de casi tres millones de inmigrantes de origen italiano”. También se pone de manifiesto que en las Ciencias Sociales existen distintas perspectivas para dar cuenta sobre el tema identidad.
El 2 de julio de 1898, cuando aún era un lugar desértico azotado por los vientos, fue fundada la ciudad de Punta Alta al colocarse el primer pilote del dique de carena. Así, esta ciudad marcó el ritmo de su crecimiento a lo largo del siglo XX, ligada a la vida de la Base Naval Puerto Belgrano. La dependencia laboral con la Base militar es tal, que incluso mi primer planteo fue si ésta situación contribuye a que la ciudad no posea una identidad propia –si tenemos en cuenta que hay un movimiento constante de personas que migran de un lugar a otro y son sólo “aves de paso”-.
Puede definirse a Punta Alta y al distrito como ámbitos de gran diversidad cultural, que recibieron no sólo el aporte inmigratorio de Europa sino también de los migrantes internos de todas las provincias argentinas y en menor escala, de los países limítrofes. De acuerdo al censo poblacional realizado en 1991, sobre un total de 59.543 personas que habitan en este medio, 17.808 nacieron en provincias del interior del país. Estas características especiales constituyen una constante fuente de intercambios y lo convierten en un distrito dinámico pero inestable, culturalmente hablando.
El siguiente paso –luego de la investigación virtual- fue analizar otros autores y evaluar posturas relacionadas con las corrientes migratorias. Una vez recolectado el material bibliográfico, comencé a plantearme otros interrogantes...
Teniendo en cuenta que en el seno de nuestra comunidad conviven con el nacido y criado aquí las más diversas culturas -provenientes en su mayoría de otras provincias-, ¿las diferencias culturales propias de cada lugar de origen persisten o se pierden al coexistir y surge una nueva identidad?; ¿es posible la integración de la cultura foránea en la ciudad receptora del grupo migratorio?. A mi entender, si folklore se refiere a usos y costumbres de los pueblos, ¿cuál es el folklore rosaleño?...
Al referirse a la cultura, M – A. Robert remarcan en Ethos –manual de Introducción a la Antropología Social- que “la cultura de un grupo humano es, ante todo, el conjunto de sus pautas explícitas e implícitas. Mientras la cultura explícita –overt- designa a todos los elementos materiales o concretos de la vida de un pueblo (su sustento, vivienda, vestimenta, lenguaje, ritos, danzas...), la implícita –covert- es el sistema subyacente”, lo que habitualmente llamamos ‘mentalidad’ (representaciones, sentimientos, valores).
La cultura es el producto humano de una sociedad o grupo social. Abarca -en su sentido más amplio- las maneras de pensar, creer, sentir y actuar. Es dinámica, gradual y continuamente se transforma para adecuarse a las necesidades de la sociedad. Se aprende como parte de la experiencia social y se transmite de generación en generación (el hombre la asimila en el proceso de socialización). Los elementos de la cultura se transmiten por instituciones como la familia, la iglesia, la escuela, otras instituciones intermedias (clubes) y los medios de comunicación, quienes juegan un rol muy importante.
A su vez, dentro de ella se puede hablar de subcultura como un grupo cultural distinguible que existe como un sector identificable dentro de una sociedad más grande y compleja. Sus miembros poseen creencias, valores y costumbres que los apartan de otros miembros de la misma sociedad. Las principales categorías subculturales son: nacionalidad, raza, religión, localización geográfica, edad, sexo y educación.
Si bien en nuestra región hay un grupo de personas que intenta socializar su cultura de origen para enriquecer la cultura que ya está establecida, algunos de los habitantes que viven aquí, desde hace muchos años, rechazan las culturas foráneas por miedo a la pérdida de la propia identidad -que en mi opinión, todavía no está establecida ni formada- y se produce un choque cultural. La puntaltense es una cultura en constante formación, dinámica, no posee costumbres estáticas.
Aunque se puede pasar del paradigma menos estable al más estable, en ninguna sociedad la identidad es algo establecido y acabado. “A veces, las confrontaciones culturales están basadas en culturas tan diferentes que, por un lado, producen rechazo a quienes ya residen y, por otro, produce cierto ensimismamiento de todos aquellos que vienen desde afuera y se reúnen en círculos, circuitos o grupos cerrados, con quienes comparten la cultura de origen. La finalidad es elaborar el duelo de lo perdido o no perder todo aquello que trajeron hasta acá; pero también se encierran para no producir una ruptura (producto del mismo golpe o choque cultural)”, explicó desde el punto de vista psicológico el licenciado Ogian.
Las culturas cambian de una sociedad a otra, en períodos de tiempo a otro y también en menor grado de una institución a otra. En Punta Alta fluyen lentamente las culturas de las distintas regiones de la Argentina y van produciendo un pequeño cambio. Sin embargo, como en cualquier lugar del planeta, el grupo residente (la cultura puntaltense) tiende a resistirse por miedo a la pérdida de identidad.
Retomando a la profesora Noé, hay distintas perspectivas para dar cuenta sobre el tema identidad. Según la primera, “la identidad se define por las tradiciones o esencia, aquello inalterable que permanece, que se hereda, que se transmite: tradiciones. Folklore como oposición tradición-modernidad”. Para J. Larraín, esta concepción esencialista piensa la identidad cultural como un hecho acabado, como un conjunto de experiencias previas ya establecidas y de valores compartidos, construidos en el pasado.
Otra postura concibe a la identidad como una construcción libre e indeterminada que articula elementos ideológicos provenientes de diversos órdenes discursivos. Larraín dice que esa concepción constructivista es unilateral y limitada, ya que este “voluntarismo” permitiría la construcción de cualquier tipo de identidad nacional, en cualquier lugar, si el discurso que la sostiene llegara a imponerse.
La restante posición considera a las narrativas sobre el pasado como mecanismos de temporalización y construcción de la memoria, que actúan como mediadores de la identidad de la gente y su herencia nacional, en un espacio determinado. Según Larraín esta vertiente histórico-estructural piensa la identidad como algo que está en permanente construcción y reconstrucción dentro de nuevos contextos y situaciones históricas. Por tal motivo, nunca puede afirmarse que está finalmente resuelto o constituido definitivamente como un conjunto fijo de cualidades. También considera en la vida diaria de las personas, las prácticas y significados sedimentados.
Noé completa la idea –en términos de Hall- ampliando la situación que atraviesa en la actualidad el sujeto posmoderno: “no tiene una identidad fija y permanente, se ha fragmentado y se compone de una variedad de identidades que son contradictorias o no resueltas. Estas identidades no están unificadas alrededor de un sí mismo coherente. La progresión habría sido, desde la identidad entendida como una esencia fija y dada a la identidad entendida como una construcción social comunicativa, y de allí a la desaparición o quiebre de la identidad”.
Al trasladar estos conceptos a nuestra ciudad, inevitablemente, comparé esta situación con el caso de aquellas personas que vienen a esta región a radicarse (ya sea quienes lo hacen como “aves de paso” o definitivamente). Cualquiera de nosotros puede apreciar que hay una brecha bastante importante entre las viejas generaciones y las nuevas (entre quienes viven aquí desde hace más de 30 años y trasladaron sus costumbres a Punta Alta y los jóvenes que vienen por trabajo o estudio).
¿La juventud tiene intenciones de continuar con las fiestas y tradiciones de sus provincias de origen o simplemente vienen a “estar” y no les interesa trasladar su folklore?, fue la pregunta que le hice personalmente al licenciado en Psicología Eduardo Ogian –y, además, Director de esta publicación-.
Y su opinión del caso no difería de mi otra hipótesis sobre el tema: “la apatía de los jóvenes ocurre a nivel mundial”, fue su respuesta. “Los jóvenes están perdidos porque no encuentran una ideología que sustente su proceder”. No se sienten identificados ni con lo propio, ni con lo ajeno.
“Esta es una de las cuestiones fundamentales que puede estar sucediendo en Punta Alta, donde los que residen desde hace muchos años tienden a conservar sus costumbres, sin lograr darles el vuelco necesario para poder crecer como comunidad (para que su cultura se integre y enriquezca). En cambio, los jóvenes -como ven que esta cuestión está tan polarizada: o una cosa o la otra, o estás en un lugar o en el otro- copian modelos foráneos en los cuales ellos tampoco se sienten identificados; son modelos estériles sin una base de valores y de ideologías”, reflexionó Ogian.
Martes 21 de Marzo. Toco timbre en una casa ubicada frente a la plaza del barrio Gottling. Una señora muy amable abre la puerta y me invita a pasar para presentarme a su esposo y conversar como lo habíamos acordado previamente. Se trata de Mary y Celso Tintilay, representantes de la Asociación de residentes jujeños. Se radicaron definitivamente en nuestra ciudad, en el año 1971.
Punta Alta cuenta con aproximadamende 500 familias jujeñas. Marino por vocación, Celso Tintilay es uno de ellos y hace 35 años que vive aquí junto a su esposa Mary -quien también es oriunda de esa provincia del norte argentino-.
Ellos también se refirieron a las nuevas generaciones de migrantes que vienen a radicarse en estas tierras: “Los jóvenes que llegan aquí sólo quieren divertirse; cuando hay que trabajar de manera desinteresada, si vienen uno o dos es mucho. Hoy en día a la juventud le cuesta mucho comprometerse con el trabajo comunitario”, contó Celso.
Esta situación puede trasladarse a otros niveles como nuestro país, por ejemplo, donde la identidad propia del argentino está un poco perdida o hay cierta apatía a reconocer nuestras tradiciones, nuestros orígenes. Porque Punta Alta no es una isla. Por lo tanto, lo que aquí ocurre lo podemos trasladar al plano nacional.
Mary, por su parte, relata que una vez terminada la casita donde viven actualmente, en el barrio Gottling, empezaron a poner en práctica sus costumbres, a trasladarlas desde Jujuy a Punta Alta: “en Navidad adoramos al niño Jesús -hacemos un pesebre-, bailamos con las cintas...”. “Yo te voy a contar de esta cultura que nosotros queríamos enseñar en Punta Alta, nuestra Punta Alta”, interrumpe Celso.
-¿Nunca pensaron en volverse?, pregunté. “Sí, pero nuestros chicos viven acá, donde está nuestra vida y el trabajo para ayudar a los demás”, dice Mary satisfecha de su labor comunitaria. “En 1971 a mi marido le toca pase a Puerto Belgrano y desde entonces no nos movimos más a ningún lado, nos anclamos acá”.
Celso y Mary se adaptaron fácilmente al ritmo de vida de esta ciudad ubicada al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. De todas formas, decidieron poner manos a la obra y no pararon hasta concretar el sueño de contar con una capilla en el barrio (1978), construir un salón de usos múltiples contiguo a la misma, reunirse con otros provincianos para inaugurar en Punta Alta el monumento a las provincias (22 de noviembre de 1987), o formar una Asociación de residentes jujeños con el fin de tener un espacio propio donde encontrarse y desarrollar sus actividades culturales. “Cuando me propongo una cosa, no paro hasta conseguirlo, remarca Mary con seguridad.
Global/local
La cultura en todos lados está globalizada, el problema de Punta Alta radica en que, pese a que está globalizada, no está preparada para serlo; entonces se resiste al cambio. Las costumbres mundiales sobreabordan y amenazan la identidad de las personas; por eso hay rupturas en todo el mundo (hoy por hoy, la globalización amenaza a Estados, provincias e, incluso, municipios... y en muchos municipios ha sucedido que no se hace un proyecto ejecutivo de trabajo, de análisis, en el cual lo global esté en contacto con lo local). Lo local no puede deshacerse de lo global.
No hay oposición local versus global. Debemos entender a lo local y lo global ambos integrados (como algo que está en constante interacción y diálogo). “Las culturas que progresaron son las que pudieron integrar lo global a lo local; son aquellas culturas que entendieron que lo global es interactivo con lo local, dando lugar a una cultura diferente. Pero si nosotros no entendemos eso y nos resistimos porque creemos que nuestra identidad tiene que ser de una forma concreta, nos volvemos una cultura estéril”, dijo Ogian.
¿Diversidad cultural o estrategia de marginación social?
Fredrick Barth mediante el estudio de tres grupos étnicos en Swat, Pakistán, puso en evidencia la antigua idea de que la interacción conduce siempre a la asimilación. Mostró que los grupos étnicos pueden estar en contacto durante generaciones sin asimilarse y pueden mantener una coexistencia pacífica. A mi entender, esto es lo que ocurre en el seno de la comunidad rosaleña, aunque a veces se produzcan ciertos choques culturales.
Otros teóricos generalizan que al integrarse una cultura foránea a la receptora, ésta se asimila y surge una nueva cultura. Pero este no es nuestro caso, porque la integración sólo es posible siempre y cuando haya una mediación.
Para el Licenciado Ogian, ésta es una de las cuestiones fundamentales. “Debe existir una mediación en la cual los grupos que vienen a establecerse puedan hacer ciertos arreglos o cambios de su cultura para que sean asimilados (vos venís con una costumbre pero tenés que acomodarla al lugar donde te vas a insertar, a sus condiciones medioambientales). Caso contrario, se produce una confrontación constante entre quienes ya viven aquí y los que vienen de “afuera” –tratando de usar una cultura que, quizás, los incomode-“.
Producto de las mediaciones –en teoría- surge una cultura nueva y ahí está lo interesante. Porque justamente, “de todos los procesos migratorios -en el mundo- salieron los grandes pensamientos, inclusive en los intercambios inter y transdisciplinarios (pensador de la física con pensador de la biología, por ejemplo), se logra una disciplina superior y más abarcativa... de ahí surgieron los grandes pensadores”. Entonces, eso es un intercambio científico cultural. Si lo pensamos desde el área cultural y en la medida en que muchos grupos culturales puedan intercambiar sus ideas y armar una cultura diferente, mucho más enriquecedora, podremos apreciar que éstos estarían produciendo una culturación transdisciplinaria – no se estarían adaptando-...
Sin embargo, en la práctica, la realidad en esta región es otra: “no surgió una cultura nueva porque no ha habido mediación. Por ejemplo: Si yo vengo de una zona del interior donde estoy acostumbrado a hacer un hoyo en mi patio para cocinar una carne al rescoldo, al migrar hacia otro lugar seguramente habrá espacios en que pueda hacerlo y otros donde no. Entonces tiene que haber un proceso en el que se haga una “acomodación” –no una adaptación- de esa cultura, para que yo –que vengo del interior- esté cómodo y sienta que no perdí tanto y el otro que reside aquí no sienta una invasión... y hasta podría copiarlo. Si no hay negociación es imposible... y en Punta Alta no ha habido tanta negociación”.
Ni integración, ni hibridación
La hibridación cultural es cuando se toman características de una cultura y se implementan en otra (y se mezclan). A esto podemos agregar que en Punta Alta tampoco ha habido hibridación, porque más que mezcla hubo separaciones: la cultura jujeña, salteña, cordobesa, etc. (cada uno con lo suyo; no se toma lo más rico de cada una y se lo pone en práctica para crecer como ciudad).
En este sentido, el licenciado Ogian ejemplificó con una utopía: “Con las habilidades y capacidades que poseen los jujeños o los salteños para trabajar telares... se podría hacer una fábrica textil muy productiva; en Salta un poncho tejido a telar no baja de los $900. Entonces, estamos comprobando que aquí no ha habido capacidad de mediación, la hibridación no se dio y cada uno sigue girando sobre el mismo punto: cada uno cuida su propia costumbre, en vez de canalizar las habilidades de estas personas, que podría ser muy productivo para la ciudad. Si bien a veces se produce un flujo al cambio, se nota la resistencia”. Mientras tanto, Punta Alta sigue dependiendo económica y laboralmente de la Base Naval Puerto Belgrano.
Por otra parte, la asimilación describe el proceso de cambio que puede llegar a experimentar un grupo cultural minoritario cuando se desplaza a un lugar en el que domina otra cultura. Se incorpora a la cultura dominante hasta el punto que ya no existe una unidad cultural diferenciada. Pero también puede haber armonía étnico/cultural sin asimilación, ésto no es inevitable y, de hecho, es lo que ocurre en nuestra ciudad, donde el ambiente cultural influye en el comportamiento de la vida social.
En nuestros días, distintas publicaciones hablan de la diferencia cultural como un mito. Algunos teóricos, entienden al multiculturalismo como estrategia de marginación social –en contraposición a los conceptos de Barth: multiculturalismo como espacio para la diversidad cultural-.
De acuerdo a un estudio sobre “El reconocimiento de la diferencia como mecanismo de marginación social”, llevado a cabo por José Luis Rodríguez Regueira (Universidad Católica San Antonio, Murcia) se pone de manifiesto que “puede que nuestro interés por la defensa de la diversidad cultural -en su intento desesperado por generar la sensación de orden- sea un mecanismo de poder que marginaliza, a costa de salvaguardar nuestro mundo, a un ‘otro’ idealizado al que se constriñe a ser diferente, obviando la posibilidad de elección, la individuación en definitiva, como otro de los efectos de la globalización”.
Barth define la sociedad plural como una sociedad que combina los contrastes étnicos, la especialización ecológica (uso de diferentes recursos medioambientales por parte de cada grupo étnico) y la interdependencia económica entre esos grupos.
Según Barth, las fronteras ecológicas son más estables y permanentes cuando los grupos ocupan diferentes nichos ecológicos, es decir, cuando hacen su vida de manera diferente y no compiten. Cuando grupos étnicos diferentes explotan el mismo nicho ecológico, el grupo más poderoso militarmente suele sustituir al más débil (como el imperio Romano y el Norteamericano). Barth considera que las fronteras éticas, las distinciones y la interdependencia pueden mantenerse, aunque las características culturales puedan cambiar.
La consideración en un país de la diversidad cultural como algo bueno y deseable se denomina multiculturalismo. Este modelo es opuesto al modelo asimilacionalista. El modelo multicultural fomenta la práctica de las tradiciones étnico-culturales. Una sociedad multicultural socializa a sus miembros tanto en la cultura dominante (nacional) como en la cultura étnica. El multiculturalismo busca vías -para que la gente interactúe- que no se basen en la similitud, sino en el respeto a las diferencias. Hace hincapié en la interacción de los grupos étnicos y en su contribución al país.
En la misma línea, Mikel Azurmendi -catedrático de Antropología-, en un ensayo sobre multiculturalismo e inmigración, menciona que para él como para muchos de los teóricos actuales, “el multiculturalismo es una teoría que consiste en la defensa de la convivencia de varias culturas, que pueden no ser democráticas, en el seno de una misma sociedad democrática. Nada tiene que ver ni con el mestizaje ni con el pluralismo cultural o convivencia de culturas diferentes en un marco común. Lo que caracteriza al multiculturalismo es la negación de ese marco común y la división de la sociedad en compartimentos estancos”.
A esto es a lo que Azurmendi llama gangrena de la sociedad democrática. El multiculturalismo no sólo no es la consecuencia de la tolerancia sino que además resulta incompatible con la democracia porque -según ésta línea de pensamiento- “la inmigración constituye una riqueza si se produce el mestizaje y el pluralismo, si los inmigrantes respetan los principios”.
Autoritarismo y discriminación
“No existe nacionalidad alguna que no entre en contacto e interactúe con otras”, remarca Moisés Kijak en “El sentimiento de identidad nacional en el campo analítico”. Lo mismo ocurre con la cultura.
Respecto a los inmigrantes, se observan dos políticas bien diferenciadas en los países que tienen grupos heterogéneos en el seno de la sociedad. Mientras que en los países en que se respeta el pluralismo, cada nacionalidad encuentra la posibilidad de mantener sus rasgos singulares, “en aquellos otros donde predomina la política de ‘crisol de razas’ se tiende a aniquilar en forma abierta o velada las diferentes culturas, tanto en los aborígenes como en los grupos inmigratorios y se busca el predominio absoluto de la cultura del grupo nativo dominante”.
En este caso, Kijak afirma que la aceptación e incluso la idealización de esta forma de pensar están tan arraigadas, que personas que no profesan una ideología autocrática, sin embargo la admiten sin vacilar.
¿Y si en vez de hablar de naciones, transportamos esta teoría a una comunidad como la nuestra?... Quienes vienen “de afuera” sufren una mutación en su cultura, porque -de acuerdo a la filosofía reinante en nuestra sociedad- tienen que “acomodarse” y “adaptarse” para contribuir al crecimiento pluricultural. Y en este proceso, la persona foránea a veces queda desadaptada.
Celso Tintilay confiesa que si bien su esposa no sintió miedo al rechazo, él sí. “Yo sí porque algunos creían que, por ser personas de color, no servíamos para nada. Pero eso cambió; hoy sí nos aceptan... todo cambió muchísimo... Fijáte qué agradecido estoy hoy por hoy con la gente de Punta Alta que seguimos colaborando en todo lo que podemos e, incluso, participamos en movimientos familiares cristianos y tenemos buenos amigos que conocimos a través de la Iglesia”.
Por su parte, Mary recuerda que cuando vivían en Tierra del Fuego, antes de venirse a Punta Alta, le decían: “tené cuidado Mary porque en Punta Alta te discriminan”. “Y yo les decía: ah... no sé si me van a discriminar a mí, pero soy como soy y con lo que tengo –les dije-. Y bueno, nunca me sentí discriminada. Es más, nos aceptan. Cómo nos vamos a sentir discriminados si la gente de Punta Alta nos ayudó a crecer muchísimo!”.
Cuestión de “uso” y “costumbre”
Entonces...¿las diferencias culturales propias de cada lugar, persisten o se pierden al coexistir con otras y surge una nueva identidad? Para que surja una nueva identidad cultural debe haber penetración y el uso o la costumbre perdurar en el tiempo. El Licenciado Ogian ejemplifica con el folklore, que ha tenido vertientes.
“Hay grupos folklóricos que han intentado utilizar lo que ellos traían con sus costumbres y modernizarlos, darles un movimiento que les permitiese la penetración –que fue lo que pasó con el folklore de proyección-. En cambio, hubo otros que mantuvieron tradicionalmente sus costumbres, atrayendo gente que pensaba en conservar su propia cultura (sin lograr la penetración en la cultura nativa). Entonces, quienes participan en ciertas corrientes, han seguido de la misma manera y esa forma de proceder impidió la integración de jóvenes a la misma. Mientras que en los otros grupos (folklore de proyección) participaba gente de los distintos estratos sociales y culturas, lugares e, incluso, de Punta Alta”.
Acerca de si los puntaltenses se interesan por participar de los “usos” y costumbres de otras provincias o culturas, el especialista respondió que desconoce el nivel de participación que tiene, hoy en día, el puntaltense en el folklore –que sería un poco la conservación de las costumbres del interior-. Pero aclaró que para dar lugar a la participación de otro grupo de gente, es importante hacer una propuesta que genere algo diferente, una cuestión artística (más allá de la costumbre); esto ha pasado con el folklore de proyección.
“De alguna manera, ha sucedido que intentaron participar pero siempre y cuando el folklore tuviese un cariz diferente, en donde ya no era sólo bailar o interpretar una leyenda foránea, sino aquel que estaba teñido de poesía, espectáculo, luces. O sea, que había otra cuestión en el medio que lo hacía más atractivo para algunas personas que podían asimilarlo”.
Para el cierre:
Una de las cuestiones que deberíamos entender es que asistimos permanentemente a una mutación cultural –tanto quienes nacimos y nos criamos en Punta Alta como los que migran hacia aquí por razones laborales o de estudio-. Y la mutación es producto de este choque de culturas que ya hemos analizado. Al coexistir culturas con prácticas bien diferenciadas, para poder éstas integrarse, deberán realizarse ciertos acomodamientos de sus respectivos usos y costumbres, de modo tal que puedan convivir en armonía.
Nosotros como rosaleños estamos atravesados por tres historias: la primera es la de aquellos que vivieron desde sus orígenes en éste suelo, la que lo cultivó; la segunda es la que sitúa a la ciudad dentro de la historia, generada por el trabajo de nuestros “hacedores” (aquí nos referimos tanto a los oriundos de Punta Alta, como a aquellos inmigrantes que llegaron a estas tierras para quedarse) y, en tercer lugar, la de quienes dejaron sus provincias para radicarse en esta región por cuestiones laborales -principalmente, por la relación de dependencia con la Base Naval Puerto Belgrano-.
A modo de conclusión, vale citar una frase de Lévi-Strauss: "La identidad no deja de ser una especie de juego virtual al que nos es imprescindible referirnos para explicar cierto tipo de cosas, pero sin que tenga nunca una existencia real... un límite al cual no corresponde en realidad ninguna experiencia."
“Argentina ha ocupado un lugar de relevancia en la temática inmigratoria. Se calcula que entre los años 1876 y 1976, nuestro país ocupa el cuarto lugar en el mundo, después de los EEUU, Francia y Suiza y el primero en América Latina, ya que se registró el ingreso de casi tres millones de inmigrantes de origen italiano”.
Susana Noé, Profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán,
No hay comentarios:
Publicar un comentario