Por: Héctor Correa
Punta Alta, 20 de febrero de 2008
No creo necesario definir el término cultura en este caso. Aún muchos antropólogos no se han puesto de acuerdo acerca del verdadero significado, o sus alcances; y para esta pequeña comunidad basta con que señalemos que este vocablo engloba la peculiaridad del ser rosaleño en todo sentido y en todos sus ámbitos. Podemos hablar de cultura en lo que se refiere a las pro-ducciones artísticas o artesanales del habitante, como de aquellas conductas o actitudes de la cotidianeidad, o los proyectos elaborados y destinados para el bienestar, la salud y la formación integral de la comunidad, estén impregnados o no de significados o condimentos políticos intencionalmente concebidos. En última instancia la sociedad toda es partícipe de este concepto, es protagonista, forma parte, y tiene un claro compromiso en esta tan compleja y abarcadora expresión. Que unos se sientan más protagonistas que otros, asuman acciones más emprendedoras y enérgicas que sus vecinos a la hora de encarar emprendimientos, no les quita, ni los ex-cluye de ser copropietarios de la cultura de su terruño. La impronta que le imprime el rosaleño a sus acciones, reclamos o planes, va a ser o constituir nuestra idiosincrasia, signada por compromisos, indiferencia o anomia según el caso.
Sobre nuestra “patria chica” –expresión que contiene una tremenda carga semántica y emocio-nal-, ha recorrido, desde sus inicios, un proceso cívico-militar, que dejó, en forma permanente, un huella muy profunda de orden ético-moral, que impregnó en su totalidad las acciones, las actitudes, las obras, los actos sociales, el entusiasmo, la energía, las instituciones de toda índole, los medios, las conductas colectivas e individuales, los escasos o nulos movimientos artísticos, los eventos deportivos, la actividad integral del habitante y todo tipo de acontecimiento, incluida la educación (síntesis y objetivo primordial de toda comunidad para el desarrollo de su futuro), y la política sobre todo, dejando como estereotipada una forma de ser propia y perfectamente definida en cuanto a sus rasgos y señales. De tal modo que pasaría a ser esto la cultura rosaleña, por darle una identidad distintiva frente a la de otras localidades vecinas del sur de nuestra pro-vincia.
“No vamos a tocar –aunque deberíamos-, las implicancias políticas (partidarias o no) de tales atributos de nuestra comunidad, instituida a través de ya muchos años de consolidación y cimentación. Vamos a recalcar los fenómenos socio-culturales que se generaron a partir de ese perfil peculiar.” Dijimos en una nota anterior. Y son varios los aspectos que vale la pena señalar en este orden y a la hora de puntualizar de alguna manera nuestra “cultura”.
Que hemos generado una forma de ser, una personalidad propia, no nos cabe ninguna duda. A través de los años, desde antes de conseguir la autonomía, consolidamos ciertos rasgos que nos han caracterizado muy bien, es decir con mucha claridad, en lo que atañe a darle carácter a cier-ta forma de vida, ciertas instituciones, y ciertas expresiones comunales, un carácter donde el espíritu naval primó –tanto entre civiles como en la propia armada- frente a lo meramente civil. Es decir, en otras palabras, se miraba hacia “adentro” quedando el “afuera” para la población ale-daña o pegada, con una reja y una vía como límite o frontera. Ésta, con el tiempo, fue una barre-ra o una cuña (como quieran llamarla) que penetró en la vida cotidiana y en las instituciones de Cnel. Rosales. No vamos a tocar aquí –aunque sería bueno hacerlo- la cuestión de cómo las tierras que hoy ocupa El Ministerio de Defensa fueron cedidas en su oportunidad para el asenta-miento militar, constituyendo un enclave de clara proyección geopolítica regional como dijimos en otra ocasión. Pero, sí vamos a recalcar, ya que éste es nuestro objetivo, que dicho enclave configuró, por un lado una trayectoria histórica particular de la población civil y militar convi-viente, y por el otro, una “cultura” cívica de poca trascendencia a la hora de situarnos frente a esa región y especialmente frente al vecino más importante, con el que disputamos ciertos espa-cios con poca o ninguna fortuna. Si ésta realidad no influyó e influye en la rosañoleidad, enton-ces no podremos nunca hablar de identidad, cultura o pertenencia. Sostengo que fue más que determinante, fue decisiva en la formación, y en la generación y constitución de nuestra forma de ser, no hay duda.
Otro dato que nos signó, nos marcó, y nos hizo como somos fue la autonomía. Si analizamos con detenimiento el perfil geográfico-militar del momento, el contexto socio-económico, el período histórico de la provincia y el país, podemos comenzar a comprender cómo ciertos hechos fijaron nuestra proyección como comunidad y nuestro destino. Si en este entorno o cuadro de situación nacimos institucionalmente, también, de la mano de los autonomistas y de cara al apa-rato militar, vimos la luz en el sur de esta enorme provincia y a las puertas de la región más des-pojada y abandonada de nuestro territorio.
Nosotros no tenemos expresiones culturales de real significación y peso específico propio como para constituir, al estilo de un pueblo originario o una región con peso histórico autónomo, una “cultura” perfectamente definida y distintiva del resto de la región pampeana. Coparticipamos de los rasgos, propios del habitante de esta región, formamos parte de un complejo territorial bien determinado y sufrimos de la indiferencia y la falta de interés de los factores de poder que con-fluyen en la capital del país, hoy llamada Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Sólo nos hace dife-rentes, de otros distritos, el hecho de ser un poblado donde han convergido inmigrantes de al-gunos países europeos, y de la migración interna provinciana, producto del asentamiento militar. Esto nos hace, repetimos, ser como somos. No otra cosa. Partimos de este estado para definirnos, describirnos, y asentar los fundamentos del ser rosaleño.
Todo este cuadro someramente descripto, con algunos aditamentos históricos, políticos y sociales, provocaron algunos hechos culturales de relevancia, inéditos e irrepetibles desgraciadamente en la historia de Punta Alta. Por ejemplo, allá por la década del sesenta se creó El Jazz Club Punta Alta, el Cine Club Punta Alta, y algunos emprendimientos deportivos ( softbol y rugby) de relativa importancia pero de cierta significación social por sus características que escapaban a los deportes tradicionales. Y un poco más adelante el Círculo de Ajedrez de Punta Alta marcó el hito socio-cultural más trascendente por su proyección no sólo en el terreno ajedrecístico sino en el orden social ya que pretendió también cubrir una interesante y muy rica gama de actividades destinadas a promocionar e incentivar –hablo del Premio Alfil- la realización de actividades enriquecedoras –mesas redondas donde se debatían temas relacionados con el distrito- para el habitante rosaleño, ya sea desde el punto de vista ético-moral como el deportivo o el esparcimiento, y el artesanal, sin contar aislados brotes destacados y sobresalientes en la música, la pintura y la cerámica. Y menciono estos esfuerzos como destacables por dos importantes moti-vos: porque se gestaron fuera del marco burocrático-institucional del gobierno comunal, con escaso o nulo apoyo oficial, y porque algunos de ellos fueron inéditos, originales y de un pro-fundo impacto en la comunidad por los vecinos que rodearon las acciones y por la forma en que colaboraron para su realización. Y esto trae aparejado un aspecto notable para mencionar, y es la duda que nos produce la injerencia oficial en los hechos culturales de cualquier comunidad. Si dicha intromisión es beneficiosa o sólo genera una burocracia administrativa con intenciones pseudoculturales incapaz de promocionar o incentivar en forma genuina, real y espontánea dichas acciones, la expresión artística y artesanal o tan sólo las formas primarias del rico acervo que yace a veces adormecido en el interior del hombre. Toda una cuestión muy polémica que hace a la naturaleza de este tema y al desarrollo de las poblaciones o grupos con intenciones de proyectarse hacia dimensiones donde lo permanente y ancestral, lo profundo y original, el ger-men y el cimiento, tienden a querer manifestarse más allá de los discursos políticos o institucionales.
Es así como hoy, apenas, logran surgir notables expresiones, con inciertos resultados como para permitir su continuidad, me refiero a las revistas Numen y Dazebao, al margen de todo apoyo oficial, o bien actividades individuales en otros órdenes, y en cambio se vuelcan grandiosos esfuerzos en el otorgamiento de premios rodeados del aparato comunal, e indiferentes en lo que respecta a agrupar, promover, o bien dejar lugar a la participación espontánea de organizaciones o vecinos a veces ellos producto de la generación y el esfuerzo colectivo. Todo un tema.
Lo que sí es claro que la complejidad del asunto nos promueve y nos incentiva para una seria reflexión acerca de ciertas posturas tomadas, especialmente a partir del año 1983, con el advenimiento de esta democracia, en lo que respecta a la necesidad de “administrar” nuestra cultura. Y así surgieron ciertos personajes que encabezaron, fueron líderes de esta posición, que tiene condimentos ideológicos indudables y nos llevaron a este estado de cierta parálisis en cuanto al entusiasmo y a la necesidad de volcar nuestras mejores energías en la actividad socio-cultural. Todo un conflicto comunal no ajeno a la crisis política y dirigencial que impregnan las organizaciones sociales y atraviesan muchos ámbitos de nuestra poderosa y vital condición humana que merece esto y mucho más.
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