lunes, 22 de marzo de 2010

Ecología en Numen:LA TRAMA AMBIENTAL ARGENTINA Y LA EDUCACIÓN. LIC. DIANA DURÁN

“Todo hace pensar que la Tierra va en camino de transformarse en un desierto superpoblado ...
Este paisaje fúnebre y desafortunado es obra de esa clase de gente que se habrá reído de los pobres diablos que desde hace tantos años lo veníamos advirtiendo, aduciendo que eran fábulas típicas de escritores, de poetas fantasiosos”.
Ernesto Sábato. Antes del fin. Seix Barral. 1998.



Ernesto Sábato explicaba en su libro Antes del fin que quienes pregonan los problemas ambientales son unos locos poco creíbles para la sociedad. La Constitución Nacional (1994) declara el derecho de los ciudadanos argentinos de hoy y del futuro a contar con un ambiente sano y ambientalmente sustentable. La Ley Nacional de Educación incluye entre sus artículos que el ambiente debe ser tema de estudio en las escuelas. La matrícula de las nuevas carreras ambientales de grado y posgrado diseminadas por todo el país explota. Todos los políticos cuentan con un “discurso ambiental”. En las escuelas, en las calles y en los espacios públicos se pueden leer consignas ambientales. Los organismos no gubernamentales que se dedican a temas ambientales son muchos y tienen un gran predicamento en la sociedad y en los medios.
En nuestra ciudad, Punta Alta, los ciudadanos viven afligidos por graves cuestiones ambientales tales como la contaminación de la ría, los basurales clandestinos, la sequía y tantos otros…
Y sin embargo:
- Los incendios en los Andes Patagónico-Fueguinos, en la estepa patagónica, en los montes peripampeanos y en muchos otros ambientes argentinos arrasan poblaciones, animales, vegetales y obras humanas, además de las esperanzas compartidas.
- Los bosques y selvas son talados cada día más por grandes empresas transnacionales disminuyendo nuestra amenazada biodiversidad.
- La minería a cielo abierto socava los suelos y también la Madre Tierra de los pueblos originarios y comunidades locales.
- La erosión de los suelos ya es el primer problema ambiental nacional como lo advierte desde hace décadas el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y condiciona en muchas regiones la sustentabilidad de los suelos merced al proceso de agriculturización.
- Riesgos tales como las inundaciones y sequías se agravan y extienden al compás del cambio climático y la ineficiencia gubernamental acechando tanto a las poblaciones marginales como a las poblaciones más privilegiadas desde el punto de vista socio-económico.
- La contaminación urbana no sólo arruina paisajes sino afecta la salud ambiental.
- En la eterna puja entre “bichos” y personas parece que van ganando los primeros a juzgar por la eclosión de nuevas enfermedades ya casi olvidadas como el cólera, el dengue o la tuberculosis.
- Cotidianamente en los medios de comunicación aparece el clamor de las personas castigadas por la localización de sus viviendas en cercanías de establecimientos industriales que no guardan normas ambientales primarias en la deposición de sus desechos, especialmente de aquellos que son peligrosos.
- Vastos paisajes rurales se ven disminuidos en su belleza por el eterno revolotear de bolsas de plástico –las he visto en Península Valdés, patrimonio de la humanidad- o la acumulación de montañas de lavarropas, heladeras y otros electrodomésticos oxidados –especialmente perceptibles en las periferias urbanas.

- Hedores insanos se difunden en los caminos periféricos adyacentes a grandes acumulaciones de desechos urbanos, como el “Camino del Buen Aire” –valga la contradicción- en la provincia de Buenos Aires.

- El ruido urbano en el centro de las ciudades y en las encrucijadas de tránsito de barrios periféricos deprime el espíritu, confunde las ideas y perjudica las actividades humanas.
- La biodiversidad tanto natural como cultural se ve acechada por los impactos ambientales de las “mega” obras humanas.
¿No son estos algunos ejemplos de la contradicción entre ecología y economía? En nuestro país es clave: el crecimiento económico no condice con la extensión y gravedad de los problemas ambientales argentinos. Antes eran poco reconocidos por la sociedad. Ahora la conciencia ha eclosionado y no es posible negarlos. Sin embargo, todavía hay una singular confusión social respecto a la jerarquía de estos problemas. En la escuela se enseña y en los medios se tratan con énfasis las cuestiones referidas a la mortandad de pingüinos por efecto del petróleo o a la muerte de peces en los arroyos y ríos contaminados. Pero, sin embargo, no se difunden con la misma intensidad y frecuencia los problemas referidos a la erosión y desertificación o no se da continuidad a la prevención de los riesgos naturales. Pareciera ser que hay consenso social respecto al problema ambiental en sentido amplio, pero también existe un divorcio entre el discurso y los hechos y aquí es donde empieza a tornarse central el papel de la educación ambiental.

La educación ambiental –con sus correlatos transversales en la educación geográfica- se ha concebido como un proceso de concientización y acción sociales sobre los problemas ambientales y sus alternativas de solución. Esta definición, palabras más palabras menos, es socialmente reconocida por la población en general, por quienes participan activamente en pro del ambiente –llamados “ambientalistas”-, por los profesionales y científicos expertos y por los educadores. Sin embargo, hay una distancia notable entre el discurso, es decir, lo que se manifiesta verbalmente y la acción, lo que se hace. La praxis parece no coincidir con las consignas consabidas porque de ser así no sería tan evidente el contraste entre los resultados económicos más felices y los indicadores de la Tierra amenazada consecuentes con el sobre-consumo y la pobreza, raíz de los problemas ambientales.

El saber ambiental es interdisciplinario y ha reunido un marco teórico de gran solidez como se puede advertir en el libro compilado por Enrique Leff, “Ciencias sociales y formación ambiental” (1994) cuya lectura recomiendo. Allí se define que este saber no es un ámbito nuevo del conocimiento o una nueva disciplina sino un campo de conocimiento en el que convergen los aportes de conceptos y metodologías de diversas ciencias que tratan los sistemas ambientales complejos que funcionan como conjuntos de interacciones entre las distintas esferas de la Tierra y el hombre.

La educación ambiental pudo insertarse en los contenidos a enseñar acordados en la escala nacional porque ese saber ambiental estaba desarrollado en los ambientes académicos y profesionales. Es así como todas las áreas curriculares del sistema educativo nacional cuentan con contenidos reconocidos por su carácter ambiental. Como se ha repetido una y mil veces la dimensión ambiental se ha insertado ampliamente en lo que se quiere enseñar y tanto los libros de texto como todo otro tipo de materiales didácticos reflejan esa difusión cultural de lo ambiental. Sin embargo, a mi criterio, es posible notar el déficit del conocimiento cabal y profundo sobre los problemas ambientales. En realidad se revela un conocimiento somero, más bien declarativo de docentes, alumnos y comunidad educativa en general sobre los problemas ambientales pero no una formación que culmine en acciones preventivas o activas en pro de solucionarlos. En contrapartida, se advierte el hecho positivo de que día a día aumenta la participación ciudadana a través de foros, actividades comunitarias, clubes, bibliotecas populares, fundaciones, etc.; pero con esto no basta.
En cambio de ocuparnos a tiempo de que las poblaciones en riesgo ambiental por la localización de sus viviendas, trabajos o itinerarios ambientales coincidentes con la distribución geográfica de alguna anomalía de la naturaleza en su relación con la sociedad –inundación, contaminación, vulcanismo, tornado, entre otras- sean advertidas de los próximos eventos que podrían afectarlos; lo hacemos “a posteriori”.

En cambio de advertir a los productores agropecuarios que no avancen con sus explotaciones sobre áreas en riesgo de sequía o inundación, desde las políticas gubernamentales se promueven la agricultura y la ganadería especulativas. Luego se lamentan las pérdidas de cosechas o la liquidación de vientres.

En cambio de localizar las nuevas obras de infraestructura previa evaluación de sus impactos ambientales o de construir nuevos establecimientos en las áreas donde la lógica geográfica así lo indica, lamentamos las consecuencias calamitosas de los embalses en la población y el paisaje o deberemos erradicar en un futuro próximo nuevos establecimientos educativos construidos sobre “lagos” subterráneos de arsénico en una provincia de la Argentina árida.

En suma, actuamos sin previsión, no advertimos a sabiendas porque los profesionales responsables y los científicos lo han escrito y difundido, no enseñamos lo suficiente sobre el tema. Porque en caso contrario, los problemas estarían en vías de solución o, por lo menos sus consecuencias, no serían tan nefastas.

Convengamos en que hay déficits notables en política y educación ambientales. La política ambiental de la última década ha sido pródiga en la Argentina en promulgación de leyes, redacción y publicación de documentos y convocatoria a reuniones, seminarios y congresos a instituciones y profesionales que han producido toneladas de informes y publicaciones. En definitiva, se ha concretado una gran burocracia ambiental. Todos estos papeles escritos podrían ser devorados por los intermitentes incendios forestales del sur y centro del país. Por lo demás, hay déficit de aviones para apagar esos infiernos y las poblaciones estarían igualmente a merced esos riesgos ambientales.

En relación con los riesgos es notorio que los sistemas de alerta no funcionan. Agradezcamos que nuestro país se halle exento del recorrido de huracanes y ciclones porque si tuviéramos que evacuar grandes ciudades las catástrofes humanas serían noticia de primera plana mundial al estilo de los ciclones asiáticos o las sequías africanas. Ni qué hablar sobre la prevención sísmica.

A pesar de que nuestra baja densidad demográfica disminuye el número de víctimas frente a las catástrofes naturales y tecnológicas, refugiados ambientales siempre hay en la Argentina aunque no se difunda su sufrimiento. Entre ellos puedo mencionar a las poblaciones afectadas por la sequía de 1999 en la región chaqueña que las obligó a concentrarse cerca de las áreas donde el abastecimiento de agua era posible porque su ganado moría y sus suelos se resquebrajaban. Lamentablemente esta dramática situación humana no fue noticia en nuestros medios de difusión tan concentrados en las noticias económicas, políticas o de la farándula mediática.

Esta ardua trama ambiental argentina también tiene consecuencias educativas. Hay un desequilibrio notorio entre la densidad de temas ambientales incluidos en el curriculum vigente y la posibilidad que tienen los docentes de enseñar esos múltiples contenidos. Con muy buen criterio se ha explicado que la educación ambiental requiere un compromiso no sólo curricular sino también institucional y comunitario o social. Pero sin embargo las condiciones en que se desenvuelven las comunidades y las instituciones educativas no promocionan estas acciones. Para enseñar problemas ambientales y alternativas de solución los docentes tienen que tener tiempo institucional para, por ejemplo, aprender las nuevas tecnologías informáticas que los ayudarán a mostrar mapas de riesgo ambiental o para planificar actividades interdisciplinares en combinación con otros docentes representativos de distintas áreas del currículum. Estas condiciones primarias todavía no están dadas y la formación docente estuvo exenta del saber ambiental porque simplemente éste no estaba avanzado cuando estudiaron las actuales camadas que se hallan al frente de clase. Por ello la capacitación docente en educación ambiental es central y surtirá efectos positivos en términos de calidad cuando sea permanente y de gran articulación disciplinar y didáctica.

No hay comentarios: